Drive: Ryan Gosling sabe cómo conducir.

El único problema real de Drive es que su director, Nicholas Winding Refn se haya tomado demasiado en serio su propia obra. Y después de él, unos cuantos críticos, ensalzándola a una dimensión excesivamente estratosférica. Drive no es una obra maestra, ni una película extraordinaria, pero sí es, definitivamente, una buena película. Lo que hace brillar al film es su calidad a todos los niveles; consiguiendo transformar un guión básico en una obra metafórica sobre el amor, la violencia, la redención y otros tantos factores que aportan su pigmento a la paleta de colores de la vida. Es precisamente la intención visual con la que está rodada la que le aporta una subyugadora fuerza dramática.

Habla sobre las consecuencias de los actos que deliberadamente asumimos y cometemos, y lo hace a ritmo de música ochentera, una fotografía y unos encuadres de lujo (con la posición y la mirada de la cámara respondiendo a más preguntas que los contados diálogos) y contando con la brillante actuación de Ryan Gosling, quien si decir casi ni 20 frases en todo el film consigue con sus posturas, rostros y miradas atrapar a la sala y elevar la película a otro estadio. Carey Mulligan tampoco se queda corta, es una actriz de extraordinario talento. Resta decir que es una película notablemente más violenta de lo que cabe esperar y que ciertas partes puede que no estén hechas para todos los estómagos, aún así, sinceramente, merece la pena.

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