Película del mes: Midnight in Paris

Cuando el espectador va a ver una nueva película de Woody Allen no sabe bien con qué se va a encontrar. Puede que sea una mítica (Annie Hall), un homenaje (Manhattan), una sátira (Si la cosa funciona), un drama (Match Point), una mediocre (Vicky Christina Barcelona), una olvidable (You´ll meet a tall dark stranger) o una joya, una exquisita e inmemorial delicia: Midnight in Paris. A la postre, lo importante es que el espectador va al cine por Allen y en la mayor parte de las ocasiones sale pensando “lo ha vuelto a hacer”. En el caso de la película que nos ocupa, ha realizado posiblemente su mejor trabajo. Porque Midnight in Paris no se ve, se degusta. Es una obra redonda, y, además, original (algo difícil de encontrar hoy en día). Owen Wilson resulta ser un actor espléndido (que anda por ahí totalmente desaprovechado), y el genuino contraste entre la familia adinerada made in América y el espíritu bohemio del escritor protagonista crean la base de la comedia. Más adelante, la sorpresa nocturna (esa que nadie debe destriparles), dibuja la metáfora de la atemporal pregunta: “¿estamos a gusto con nuestra vida?”. Nada (incluido el estupendo cartel) se salva de convertir la película en una auténtica maravilla. Porque todo, en esta medianoche, sabe a la ciudad de la luz en un homenaje al mejor París. A esa ciudad fotogénica que tan fácil roba el corazón. Y lo hace perdiéndose no sólo en su ventrículo más rodado, sino en el otro, en el que sólo luce como es debido cuando el reloj da las doce.


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