Peículas que aún puedes ver (en el cine) si... "Te gusta lo poco convencional"


HOLY MOTORS

Puede que el talón de Aquiles de esta película no se encuentre dentro de la película; sino que provenga del exterior, al padecer el apoyo de una crítica siempre avocada a valorar con elogios extremos aquello que se sale de los cauces, incluso aunque descarrile. Holy Motors no es convencional, pero su director, Leos Carax (Les amants du pont neuf, Pola X), tampoco lo es. De hecho, nos encontramos ante una película en la que debemos de confiar en nuestro sexto sentido cinematográfico; ese que se puede dejar engañar por la lógica mientras el espectador está ante la pantalla, pero que será capaz de encontrarle el sentido a todo una vez está en casa.

Por esa razón, el film produce un estado de bipolaridad; por un lado es excesiva, narcisista, desproporcionada y demasiado autoconsciente de su supuesta carga artístico-intelectual. De ahí que cueste hilar una historia con otra - al cabo, no hay relación que valga más que la del Arte con mayúsculas. - Por otro, puede resultar evocadora, original, y de una belleza estrambótica tan imprevisible que produce una sensación de frescura poco común. No obstante, la falta de límites resulta un tanto forzada, al fin y al cabo, sí existen: todo tiene que ser tirando a feo, tirando a surreal, y sí, a veces algo tonto y un poco incómodo... hasta acabar viendo a Kylie Minogue cantando en el sumun del histrionismo más absurdo.

Eso sí, por mucho que ésta sea otra película "rara", cuyo protagonista va en una limo de aquí para allá cruzándose con situaciones y personajes peores que él, Holy Motors no es una crítica social, ni política, ni pretende en cierta medida impresionar al personal con lecciones de moral, tal y como ocurría con la recientemente estrenada Cosmópolis. No, Holy Motors es, a la postre, una oda al cine y a todo lo que este escenifica (la vida, la muerte, el amor). A la expresión del arte y la actuación llevada al límite. La esencia de este film, que se ve liberado en la noche, es la interpretación. La magia del disfraz y la mutación llevada al extremo. Con un protagonista (fantástico Denis Lavant) que va desgranándose a medida que avanzan las actuaciones en las que se sumerge, y que resulta tanto presa como adalid de su trabajo. Por eso, Carax se pregunta - y nos pregunta - si no acaba la persona por desaparecer en su afán por convertirse en el personaje, abandonando su vida real y su definición personal. Y lo hace, además, para acometer un trabajo cada vez más devaluado.

La cuestión se decide cuando el director deja en manos del espectador entender esta diatriba. Carax tan sólo nos sumerge en el cine dentro del cine como pista y luego nos deja a nuestro libre albedrío vagando en su mundo de hermosa fealdad, plagado de frikis, desarrapados, bestias, bellas y mucha soledad. Porque a eso se ve avocado el actor, a la soledad de quien personifica otras vidas y vive de la invención. Al cabo, esta es una de las muchas interpretaciones que se le pueden dar a la andanza de un hombre de un papel a otro y que desemboca en una de las partes más hilarantes del film, esa conversación entre "motores" tan banal como el mundo en el que se mueven.

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