Película del mes: Super 8

En pocas palabras: Super 8, mola. En este film con nombre de celuloide, casi todo resulta redondo. Super 8 no es sólo entretenida, sino que consigue algo importante: tener alma. Su único pecado: que tanto la trama como el final no estén a la altura de las expectativas. Tiene todo lo que hay que tener para catalogarse como un clásico, aunque no tenga una originalidad de fábrica, pues bebe al 90% de las grandes películas de los 80, incluida su estética. Y es precisamente en estos aspectos donde la cinta rezuma la frescura necesaria para superar sus carencias. Le falta la intriga de los Goonies, por ejemplo, pues el espectador sabe ya, casi desde el primer cuarto, de qué va el asunto y su más que posible resolución. El final no sorprende a nadie, lo cual resulta llamativo, puesto que su guión intenta en todo momento ocultar el supuesto enigma, ya sea con enormes carteles amarillos y humo, o con la impagable promoción. Y es que, si en algo lleva esta producción la firma de Abrahams, más que en la factura del film (muy spielbergiana, puro tributo), es en el halo de misterio, merchandising y detalles cinéfilos que rodean al producto cinematográfico. En todo lo demás, la película resulta impecable. Y aporta algo más: ternura junto con un sentimiento en cierta medida difícil de definir: una mezcla entre valentía narrativa y una suerte de feliz nostalgia irresistible. Algo así como una camaradería intensa pero inteligente.

Super 8 está bien contada, haciendo mención especial al talentoso cast (padres incluidos), y sobre todo a los protagonistas: ese sexteto que sabe aportar a raudales la comedia y el gancho que una peli así necesita. Son quienes componen, precisamente, ese "alma" que mencionaba al principio (lo mejor: la escenas de rodaje). Además, si yo fuera Dakota Fanning me temblarían las piernas pues, hay que reconocerlo, su hermana Elle está sobresaliente. Su aura de inocencia transgresora cautiva sin dejar de sorprender con sus potentes dotes artísticas. Esta chica promete, y mucho.

Por otro lado, la espléndida banda sonora pertenece a Michael Giacchino, con el que J.J. Abrahams ya trabajó en Perdidos, y tanto la fotografía, como los movimientos de cámara o los excelentes efectos especiales (mención aparte para el increíble descarrilamiento), componen una base sólida y estilísticamente sabrosa sobre la que sustentar pizca de drama emocional, gags hilarantes, espíritu aventurero y esencia de juventud materializada en unos niños que ¡realmente parecen niños! Chavales haciendo maquetas y películas caseras en vez de dándole al videojuego, algo impensable hoy día. Da gusto ver a los protagonistas guardar su inocencia y mantener esa preadolescente irrefrenabilidad, a la vez que comienzan a madurar. Ellos completan esta fábula donde, además, la realidad y el cine se mezclan más allá de la pantalla. De ahí que uno de los mejores momentos del film sea la "otra" película. Si se quedan hasta el final, lo sabrán.

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