Sherlock Holmes. Un juego de sombras.

¡Ay! Guy Ritchie ha vuelto a hacerlo, Sherlock Holmes: Un Juego de Sombras es igual o mejor que la primera entrega del avispado, deslenguado, irónico y obsesivo detective londinense, siempre dispuesto a meter las manos en la masa y arrastrar con él a su querido Watson.

Lo cierto es que si bien hay factores de calidad que se mantienen intactos, véase la música del siempre magnífico Hans Zimmer, una trama ágil (que es capaz de vencer su comienzo, un tanto flojo) y crear un final elegantísimo, trazando un nudo narrativo plagado de duelos verbales, gags hilarantes y momentos de acción bien suministrados a lo largo del metraje; la realidad es que son Robert Downey Jr., Jude Law y su más que innegable química los que sustentan esta segunda (¿y última?) historia. Son dos grandes actores en un matrimonio interpretativo que les queda como anillo al dedo.

Moriarty, interpretado por Jared Harris, es un antagonista de altura y talla intelectual para el protagonista, mientras Noomi Rapace queda relegada, en cierta medida, a un papel femenino mucho menos interesante que el de Irene Adler (Rachel McAdams) en la anterior película. Aunque sin duda a quien deberían de darle un buen premio (o una visita a un spa) sea a Mary, la - al fin - esposa de Watson-Law.

Todo queda culminado con la maestría de Ritchie para captar y mantener la acción (véanse esas magníficas escenas al ralentí en medio de los bosques alemanes), y la excelente colaboración del soberbio actor que es Stephen Fry, grandísimo en su papel. En fin, hay que dejarse engatusar por un Holmes notablemente fiel, en este juego de sombras, al Arthur Conan Doyle que le dio vida. No se la pierdan, las segundas partes nunca fueron mejores.

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