Skyfall: 50 años de James Bond.

La nueva entrega de James Bond tiene una doble función, por un lado cierra ciclo, y por otro, renueva el futuro de una saga que está de celebración - Cumple 50 años - y que pretende continuar por otros tantos. Y es que si bien en Casino Royale Daniel Craig se inauguraba como un agente 007 enamorado y en Quantum of Solace exploraba los entresijos de la venganza, en Skyfall el hombre con licencia para matar se vuelve nostálgico y lidia con el tema de la familia, los orígenes, las lealtades y todos esos sentimientos que se cuelan entre balazo y balazo; mientras va dejando deja abiertas las puertas suficientes para oxigenar el ambiente.

Bond, James Bond, había sido siempre un agente de esmoquin sin mácula a quien no le importaba mancharse las manos, pero cuya fachada siempre quedaba impecable. Martini, estilo con la pistola y mujeres, muchas mujeres. Ese es el icono, y luego están sus múltiples reinterpretaciones. Sus idas y venidas, sus bajones... y sus éxitos. La llegada del rubio y musculado Craig supuso un punto de inflexión, 007 se humanizaba, sangraba, sufría. Algo que ya habíamos intuido con lo último de Pierce Brosnan, pero a lo que se daba rienda suelta en la película con título de casino. Y aunque los matices de icono seguían intactos, Vesper Lynd conseguiría un imposible: romper un corazón que pensábamos estaba hecho sólo para el goce superficial. Y ni mucho menos, Bond siente, padece y en el caso que nos ocupa, sabe perderse en la oscuridad que explora la última entrega del agente británico.

Skyfall es una vuelta a los orígenes, pero no de la forma que uno podría imaginarse. No se trata de una vuelta al pasado del mito, de reincidir y exaltar las características más obvias, sino, literalmente, de sacar a la luz los entresijos del origen de Bond. Y sobre todo, explorar su relación de amor-odio con M, una Judi Dench que encabeza un reparto de excelentes actores británicos veteranos (Ralph Fiennes, Albert Finney, Helen McCrory) y no tan veteranos (Ben Wishaw). E incluyendo a un par de bellezas como Bérénice Marlohe y Naomie Harris: las chicas Bond de un film que no las explota demasiado como mujeres objeto, dejándolas hacer su papel , mientras flota en el aire esa tensión sexual no (siempre) resuelta. Todo de la mano de un americano: Sam Mendes, quien ha sabido conjugar lo más british (Londres es otro personaje más) con lo más 007. Mezclando una fotografía preciosista, (esa profusión de luces, claroscuros y reflejos es, sencillamente, sublime); con escenas de acción magistrales (ese tren de recorrido imperturbable y peligrosísimo) y una interesante cantidad de gags y memorabilia cinematográfica que
deleitaran a entendidos en el agente más classy del MI6.
Lo único que pasa con Skyfall es que tiende, más que a desinflarse, a mutar. Y después de una mitad y cuarto impecable, se transforma en una película policiaca, al estilo de cualquier novela de Camilla Lackberg. Auspiciada en la ingente belleza de las Highlands, la película muda el género hasta intercambiar lo clásico (escenas de rocambolesca acción) por algo más intimista, es decir, secuencias de gran dramatismo, ambientes oscuros y lacónicos, y escenas de acción al uso donde la pirotecnia se utiliza más como recurso fotográfico que como exhibición de un Bond en su propio proceso de camaleónica - perdón por la repetición - muda de piel. Un Bond que, quizá un tanto al estilo de los nuevos anti-héroes de la generación actual, no está en plena forma, se replantea sus ideales y su forma de vida, para acabar dinamitando sus ataduras y nacer reforzado del mal trago. Todo esto, eso sí, sin hurgar demasiado en la herida, es de Bond, al fin y al cabo, de quien estamos hablando.

Skyfall, en cualquier caso, exuda por cada poro un amor por el personaje, por el icono y por la pervivencia de un estilo que es envidiable en otras sagas; y que se ha conseguido hacer manteniendo intacta esa elegancia de impronta clásica que ya es marca de la casa. Si no, sólo hay que fijarse en cómo la voz de la magnífica Adele encapsula el medio siglo de pervivencia de un Bond más vivo que nunca. Y es que aunque corren tiempos oscuros y un villano amanerado, vengativo y psicótico (encarnado de forma brillante por Javier Bardem) anda escondido entre las sombras, hay una actividad que a 007 se le da muy bien, y esa es la de resucitar, morir otro día. Porque una cosa está clara, James Bond...
volverá.

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