Decepción cinéfila: El mayordomo.

"Tú te consideras un hombre de color y yo sólo un hombre" con esta frase Sidney Poitier certificaba la verdad sobre el abismo generacional entre padres e hijos en la América de los sesenta. Adivina quién viene esta noche era capaz de dirimir, con un cast reducido, una puesta en escena casi teatral y en el espacio de una noche, lo que a El Mayordomo le cuesta una infinita lista de actores de renombre, una línea cronológica que abarca casi un siglo y un envoltorio de regalo en forma de Casa Blanca (anótese la paradoja nominativa). Lo cierto es que Lee Daniels, el director de esa durísima cinta llamada Precious que tanto revuelo causó en la temporada de premios de hace unos tres años no consigue, con esta cinta protagonizada por el siempre excelente Forest Whitaker, alcanzar el éxito cosechado por su anterior obra, que le alzó como prometedor cineasta y que es la única razón de que todos esos actores y actrices se hayan sumado a este vacío retrato sobre todas las problemáticas habidas y por haber en relación al drama racial norteamericano.

Pero el auténtico drama de este film, entretenido y medianamente bien facturado, es que si bien la historia que cuenta parte de una idea interesantísima (la figura de un afroamericano sirviendo como mayordomo en el Ala Oeste), Daniels ha carecido de la suficiente astucia cinematográfica para dotar de auténtica intensidad a un guión flojo, inspirado en el artículo del Washington Post "A butler well served by this election" que en términos generales queda reducido a una sucesión centesimal de presidentes y a la relación entre un padre y un hijo como leitmotiv para contar varios incidentes claves en el convulso cenit de la lucha por los derechos civiles. El problema es que, además, acabe por ser mucho más interesante la vida del vástago que la del padre, supuesto protagonista en su viaje de auto-comprensión interna para transformarse - precisamente- de hombre de color en -sencillamente- hombre.

La cinta, que no es capaz de controlar el ritmo, intentando nivelar vacíos de narración con detalles personales de esa familia retrato forzado de todos los matices de su generación, tiene como uno de sus contados aciertos el uso metafórico de los dos escenarios principales, esto es, el despacho oval y el profundo sur, como recurso visual que adentre al espectador en la desastrosa hipocresía de unos estados Unidos en pleno proceso de regurgitación de sus doscientos años de apartheid. No obstante, visualmente es un film inapetente que en otras manos podría haberse visto dotado de una identidad que fuera más allá de los recursos sensibleros típicos de un telefilm de tarde. Sobre todo, teniendo en cuenta que a pesar de su innegable éxito de taquilla, sus pretensiones de nominaciones para premios (que las habrá) rivalizan este año con dos potentísimas versiones de la cruzada negra, como "12 años de esclavitud" o "Mandela". Es por tanto este acercamiento a un hecho desconocido para el gran público, la de todos esos hombres de color tan cercanos a los elementos de poder de un país que los despreciaba, poco más que una película amable que ofrece menos de lo que promete pero que no puede desecharse, aunque sí consumirse como lo que es, un acercamiento desigual y poco lúcido a un terrible periodo de la historia mil veces contado aunque no siempre de la misma forma.

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