El hombre de acero: primer rompetaquillas del verano.

Henry Cavill es el perfecto Superman. Es guapo, atlético y capaz de representar la compleja dicotomía del alienígena desarraigado y el humano torturado que debe encontrar su destino (y su traje de capa carmesí). No obstante, El Hombre de Acero es un film desigual. Cuenta con una excelente primera hora donde ahondar en el nacimiento del héroe y seguir el desarrollo de su vida mientras la trama avanza con paso firme. Así como un híper-realismo de texturas fotográficas que deja claro las intenciones del director Zack Snyder de crear un nuevo Superman alejado de la caricatura y el color al estilo de ese Caballero Oscuro o esos Watchmen que ya han poblado las pantallas con anterioridad. Aunque intentando a toda costa, y no siempre con éxito, crear una pátina única que permita reconocer a este súper hombre que estrena traje y banda sonora a la altura del nuevo mito.

Pero también cuenta con una segunda mitad que se ve propulsada por una ingente concatenación de escenas de acción tan efectistas y pirotécnicas como vacuas y reiterativas; que sólo son interrumpidas por algunos momentos de brillantez. Demasiadas veces hemos visto ya el caos en ciudades como Nueva York o Chicago, ahí tenemos los Vengadores o Transformers 3. Poco espacio se deja en El Hombre de acero para la imaginación entre tanto suculento choque titánico, brotando sin medida pero mil veces visto ya. Es como si se hubiera perdido por el camino el tipo de acción que caracteriza a Superman, más centrada en la hazaña humanitaria contra objetos de gran tamaño que el uso de la fuerza bruta como único recurso una y otra y otra vez más. Le sobra también y por los cuatro costados, la sobre-estimada fanfarria militar USA que roba protagonismo al tándem Cavill-Shannon, mucho más atractivo. Incluso, por haber, hay ecos del 11S fácilmente reconocibles en escenas excesivas para un héroe que siempre se ha dedicado a salvaguardar N.Y pero no al mundo. Quizá ahí esté el quid de la cuestión, que lo que se busca con el Hombre de Acero es un auténtico héroe global, un símbolo de esperanza y una metáfora divina vestida de azul que necesita llevar a cabo un acto recíproco de fe en la humanidad. Un líder, un guía para el siglo XXI.

Se agradece, eso sí, que en este guión co-firmado por Goyer y Nolan, se ahonde (al estilo de ese primer Batman Beguins) en las raíces del héroe, de dónde viene y a dónde va, por qué lo hace y cómo lo hace. De ahí que Krypton y todo lo que de éste proviene sea el eje diametral de la película, causante y cura de todos los males. Resulta interesante, además, que el proceso de humanización sea lo que haga más fuerte al héroe y también, a su vez, más diferente. En medio de este cruce de caminos se encuentra una de las mejores bazas del film: las excelentes elecciones de casting. Desde Russell Crowe como Jor-El, en su constante leitmotiv al estilo comodín de la llamada; el magnífico Michael Shannon como el potentísimo General Zod, o Amy Adams como una renovada y tenaz Loins Lane que parece, no obstante, un recurso algo impostado, habrá que esperar para ver el desarrollo de un personaje prometedor. Sin olvidarse de esos secundarios de primera fila como Diane Lane o Kevin Costner como los padres terrícolas. Un elenco que dinamiza y afianza la larga carrera de este rompe taquillas con pronóstico de dilatado futuro.

Y es que a la postre, El hombre de acero reinventa el arquetipo para encontrar su propia personalidad en pleno auge de la heroica post-moderna, y lo hace en un film algo sobrecargado al que le falta el sentido del humor que le sobraba a esa ¿fallida? obra de Bryan Singer; pero que promete crecer, igual que lo hizo Bruce Wayne, de la mano de un protagonista a la altura de las circunstancias y con un devenir viable y apetecible. Con este primer y robusto contacto creado por Snyder y Nolan se abre el apetito por saber qué se esconde en el corazón de este auténtico hijo de Krypton y sus poderosísimos ojos azules.

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