Recomendación cinéfila y Película del mes: Anna Karenina
Anna Karenina, la
última adaptación del clásico de Tolstoi llevada a la pantalla por Joe
Wright (Expiación), es una obra de múltiples facetas, como una suerte de
cebolla de seda y papel maché que se puede ir desgranando, mientras se saborea
entre los dedos el fundamento principal de su atractivo: su esteticismo táctil.
Estamos ante un prodigio estilístico cimentado sobre la premisa de que el
espectáculo cinematográfico puede engrandecer el arte visual, sintetizando la
esencia plástica de ese mundo llamado teatro. Desde el primer fotograma Wright
es sincero, estamos en un escenario y entre sus bambalinas abandonadas se va a
construir una historia in crescendo, donde la belleza del
envoltorio producirá en el espectador una respuesta sensorial de sublimes
proporciones. Y es que adaptar clásicos no es tarea sencilla dentro de la
dicotomía entre fidelidad y originalidad. En este duelo de egos vence la
segunda, jugando sus bazas al teatralizar la realidad como metáfora
omnipresente y omnipotente de la caricaturesca sociedad rusa que retrata el
film, siempre opresora entre sus paraísos de cartón-piedra. Usando una imaginería
transformista y ágil, Wright opta por condensar en lo
estético la profundidad crítica que alberga la novela, para luego centrarse libremente
en una trama sobre las facetas del amor. Desde la pasión pública, desgarradora
y aniquiladora de la protagonista; pasando por el sentimiento paternal de un
marido (Jude Law) entronizado en los parámetros de Dios complaciente, para
terminar con un amante (Aaron Taylor-Johnson) inclasificable e impetuoso, que
va erosionando los cimientos de su propia conciencia. En contrapunto al
triángulo adúltero, se añade la historia paralela de amor puro, inocente y moralmente
respetable de Levin y Kitty, interpretados por dos pequeñas joyas en alza como
son Domhnall Gleeson y Alicia Vikander; cuyos personajes se convierten en el
remanso naturalista de una Rusia pictórica y costumbrista. Con todo, el
eje diametral de este film es Keira Knightley, quien expone su corazón como un
órgano doliente, transitando entre el exquisito vestuario y el suntuoso
ejercicio musical de Darío Marianelli. Lejos quedan ya aquellas dos Elizabeths (la Bennet de Orgullo y
Prejuicio, y la Swan de Piratas del Caribe) que la encumbraron para crítica y
público, y que reflejan el crecimiento de una actriz con peso interpretativo a
la que Wright ha regalado su papel más complejo. Y es que a la postre, esta Anna Karenina es
un espléndido reto al subterfugio cinematográfico tradicional, expresando con
una propuesta formal de inteligentísima originalidad, la intensidad de un drama
universal que queda sublimado por la embriagadora magia del artificio.
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