Guillaume y los chicos ¡a la mesa!: ¿La nueva "Intocable"?


Esta película de prolongado nombre, dado a las confusiones en la taquilla de los cines, parece estar causando sensación en Francia por encima, dicen incluso, que Intocable. Aunque esto no tiene por qué ser especialmente llamativo, al fin y al cabo Intocable era una película normalita que tocaba la fibra sensible adaptando parte de una novela autobiográfica donde un millonario tetrapléjico encontraba de nuevo las ganas de vivir gracias a su cuidador proveniente de los suburbios. Al lado de esta historia de superación edulcorada y predecible se encontraba, por aquel entonces, la maravillosa De óxido y hueso con una espléndida Marion Cotillard, pero este film no hizo la misma caja. Así pues, hay que pensárselo dos veces ante comparaciones traicioneras como la que encabeza este artículo. Principalmente porque la película que nos ocupa,  Guillaume y los chicos, ¡todos a la mesa! poco o nada tiene que ver con Intocable, exceptuando quizá cierto porcentaje de redención personal ante las inseguridades, los baches y las carencias.

No obstante, Guillaume afronta su problemática: los prejuicios sociales sobre la homosexualidad, las preconcepciones culturales, la esencia del amor, las influencias referenciales de la familia y el tránsito vital de búsqueda del yo interno; desde una perspectiva muy distinta. Mucho más autocrítica y, en cierta medida, realista a pesar de su buscado y recargado estrambotismo. Todo cocinado de forma desigual en una comedia tan alocada como trágica en sus adentros, representando un drama a veces incluso grotesco mediante los esperanzados tintes de la paleta cómica francesa. Hilarante y sorprendente relato autobiográfico de Guillaume Galliene (que salía en la Búsqueda 2 haciendo de policía parisino) cuenta con una propuesta formal entre el teatro y el sketch que funciona simbióticamente elevando de parodia a película kitsch un film cuyo desenlace plantea más preguntas que su bipolar planteamiento, finísima disección social re-vestida de sincerado monólogo. Y es que es más fácil invitar al despiste cuando la audiencia vive en el mismo mundo donde se juega la partida.

 

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