Película del mes: La chica danesa

Lo mejor que podría surgir de ver La chica danesa es una conversación sobre la realidad transgénero. Darle visibilidad a un colectivo que aún hoy carece de la necesaria normalización basada en poder vivir como uno es y como uno quiere. Este y no otro es el tema central de este film donde la figura de Lili Elbe se aparece como una de las (desconocidas) heroínas del siglo XX. Su persona, identidad auténtica del artista danés Einar Wegener, va floreciendo arropada por la exquisita ambientación y una estética fotografía centrada en la obra pictórica de éste, paisajes naturales y sus reflejos para hablar de lo que se esconde tras el lienzo y de las raíces emocionales del personaje. Una propuesta visual que va acercándose al naciente Art Nouveau mientras la protagonista va descubriendo su verdadera personalidad, dejándola salir al exterior dispuesta a respirar una modernidad de la que ella se alza como valerosa pionera.

Los detalles, los gestos, el reconocimiento de Einar en los rasgos más arquetípicos de la feminidad, son una profusión de formas, complexiones, olores y texturas que el realizador Tom Hopper se encarga de subrayar en pantalla y que brotan gracias al impecable y soberbio trabajo de Eddie Redmayne, cuyo reflejo de Lili es fruto de una transformación inmersiva en su propia feminidad, una búsqueda introspectiva como actor que demuestra un compromiso sincero con su trabajo. Es en el reconocimiento del cuerpo femenino como propio donde se centra la concepción de la identidad de Lili, y es la necesidad de desprenderse del aparato masculino, expuesto como impedimento sexual y mental, lo que ejemplifica la inadecuación de la biología a las necesidades del alma del hombre, una apuesta formal y narrativa por despojarnos activamente de los disfraces impuestos. “Dios me hizo mujer” es una de las frases más definitivas del film, expresada en un alarde de valentía por su protagonista como el resolutivo resumen de una idea clave adelantada a su tiempo: que su condición no es un error, sino una búsqueda de su auténtica persona, lastrada por un cuerpo que – aún – no la pertenece por completo.

El amor incondicional (hacia uno mismo, y hacia aquellos que nos importan) se plantea así como el gran leitmotiv del film, espacio narrativo donde el personaje co-protagonista de la mujer de Einar, interpretado espléndidamente por Alicia Vikander, se convierte en el pilar que permite a éste mutar en Lili y a Lili convertirse en la mujer que siempre soñó con ser. Parece casi imposible imaginar la historia de Elbe sin el apoyo de Gerda Wegener. Es este personaje, además, el que sirve como segundo conductor del espectador hacia la necesidad de encontrar un contexto propio del ser, donde sentirse reconocido como persona y donde poder ser amado en todas las diferentes formas que el término admite. La amistad de ambos personajes cimenta esta película como ningún otro elemento podría haberlo hecho de forma tan definitiva. La chica Danesa brilla con el poder que otorgan las vidas que merecen ser contadas, ofreciendo otra forma de observar nuestra realidad (no nos olvidemos tampoco de esa joyita de Xavier Dolan llamada Laurence Anyways) que permita a la realidad parecerse más a como somos realmente.
 

 

 

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