NOMADLAND



    En toda su intimidad e introspección, Nomadland cobra auténtica vida en el cine, porque su sensación espacial y de comunidad tiene sentido, precisamente, al visualizarse en un entorno grupal donde la pantalla grande se hace vehículo, una vez más, de la belleza de la imagen en movimiento.

    En su centro físico se sitúa la poderosa interpretación de Frances McDormand, que está imponente, ofreciendo impulso narrativo y dotando al filme de extraordinaria personalidad. Su personaje, no obstante, sirve de guía a través de los propios nómadas, cuyas historias se muestran con honestidad y calidez, así como las formas en las que han decidido vivirlas. La película se basa, en gran medida, en la naturaleza como catalizador, con una fotografía suave y fluida fruto de un vivaz costumbrismo sin filtros. Sin embargo, en el centro emocional de la película, Chloé Zhao explora las conexiones humanas y las sitúa en el corazón del viaje, hablando poética y críticamente sobre las complejas capas de lo que puede constituir un "hogar".

    No es casualidad que el filme comience con las consecuencias de la desaparición de un código postal, el desmantelamiento de un pueblo entero y la dislocación de cientos de personas que deben, como le ocurre a Fern, redescubrir la orientación de sus vidas y las características de aquello que representa lo material dentro de una nueva geografía emocional y de paisaje. Así, el guión trata temas existenciales desde el ritmo de las pequeñas cosas, construyendo un marco donde la vida tiene cabida entre lo abstracto y lo específico, entre la amplitud de lo salvaje (desiertos, montañas o acantilados frente a la pérdida, la muerte o el amor) y el detalle de lo que nos condiciona a diario (una rueda que se pincha o la una nueva mesilla desplegable junto al hornillo). Y es en esa ambivalencia donde la película captura los elementos esenciales que conforman las inercias que conviven dentro de las personas. Alejada del melodrama y más cercana al realismo documental, Nomadland se desnuda y se sincera sin simplificar la autenticidad de su contenido. Tiene sentido por sí misma y, a la vez, existe porque es compartida.

    A su vez, propone un comentario sobre la identidad americana marginal, aquella que transita de puntillas al borde del mapa. Como también hizo Lee Isaac Chung en Minari, Zhao decide observar a los protagonistas de una nación dolida, desatendida y huérfana, pero también resiliente, capaz de respirar y de abrazar la libertad más allá de los confinamientos de la fracasada ilusión sobre la que se construyó en su día. Retratando a estas comunidades, la película reivindica su reconocimiento como ruta para entender plenamente el alma de los Estados Unidos, tan herida e inspirada como se encuentra. 

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