Amanecer P1: Los vampiros se ponen serios.

Ponerse serios a la hora de hacer una crítica objetiva de Crepúsculo cuesta, si con la primera regresé en pleno éxtasis a mi casa, cuando llegué de la tercera tenía la sensación de que la Saga iba perdiendo fuelle. Pero no hay de qué extrañarse, al fin y al cabo el propio cuarto libro en sí es, en cierta medida, un desvarío. Que los fans no se me echen encima, yo también lo soy, pero hay que derrochar algo de sinceridad. Lo cierto es que ayer salí del cine con una sensación de emoción y risas a partes iguales. He de decir que la vi en inglés, así que en mi cabeza la película sigue dentro de ese cumulonimbo de nuevas voces, todas probablemente mejores que las de doblaje (y eso que el doblaje español, en general, es excelente) y en la que todos los chistes y frases emotivas de alguna forma se ven mejor recogidas que, como todo, cuando pasan por el traductor.

¿Momentos de emoción?
el comienzo articulado en ese maravilloso título, un efecto sublime al que ya nos tienen acostumbrados. Los momentos de sinceridad (y nueva madurez) Bella-Edward, que siguen dejando alta la marca de la casa, ese defecto crónico de los protagonistas a ser sinceramente melodramáticos, pero que funciona. La boda, aunque un tanto apresurada resulta un momento bastante mágico, incluido el glorioso vestido, un rotundo acierto. Jacob-Lautner, que se pone muy serio para esta entrega, y la verdad, le gana terreno a Edward-Pattinson.

¿Momentos de risas?
Básicamente casi todo lo demás, desde las caras de preocupación del sexy chupasangre hasta las perpetuas ansias Bella por pasar el rato no precisamente contando corderitos comidos por leones, o si se piensa detenidamente, quizá precisamente en eso. Pasando por frases míticas y elementos amorosos triangulares que ya rayan en la locura, o el parto, una mezcla entre lo surrealista, lo desagradable y lo gore, todo a partes iguales. ¿Pero qué otra cosa cabía esperar? Con el material que tenían no les ha salido nada mal.

¿Cosas que han sabido mejorar? La imprimación de Jacob acaba resultando un momento de extraordinaria belleza, o la decadencia de Bella presa de su embarazo, muy bien lograda técnica y actoralmente, Kristen Stewart, por una vez, ha hecho los deberes mientras Pattinson empieza a resultar tristemente cansino. La pátina de color le ha devuelto la textura a la Saga, tras perderse irremediablemente en la trágica fotografía de la tercera entrega, pero el maquillaje no sabe arreglar a Edward para que vuelva a ser el hombre clásico de la segunda o el outsider de la primera; incluso el pelo ha perdido el brillo y el color que el de Rosalie ha ganado, el único personaje en el que se ve mejoría. La música, que en el más que informativo tráiler parecía poderosamente sublime, me ha decepcionado un tanto, igual que la elección de canciones, mucho mejores en otras entregas.

La Saga se ha puesto definitivamente seria en esta antesala del clímax final, con Bill Condon (Dream Girls) al mando de una película que navega entre los surrealista, una fotografía preciosista que se polariza entre lo colorido y lo tenue, y una atractiva sinceridad narrativa que a veces se pierde en las necesidades de un blockbuster cómo este, uno que ya está arrancando de cuajo los ceros de la taquilla para añadirlos a su cuenta corriente. Lo mejor posiblemente sea la secuencia final, esa que todos quienes hayamos visto ya la película conocemos; y que nos dejó con ganas de más. Habrá segunda parte, claro.

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