De óxido y hueso: la trágica belleza de Marion Cotillard.

Jaques Audiard debe de amar inmensamente a Marion Cotillard - cosa que, dicho sea de paso, no resulta muy difícil de conseguir- pues con De Óxido y Hueso le ha regalado un papel de esos que definen carrera. Y a cambio, la actriz ha respondido con uno de sus mejores interpretaciones hasta la fecha. Una actuación de tal belleza y sensibilidad que eclipsa, sin mucho esfuerzo, al resto de una película cuyo principal acierto es el de convertir lo común en una imagen lírica y poética. Pues, a parte de Cotillard, la ferocidad narrativa de sus piernas y el dramático amor que se susurran ella y la orca a mitad de cinta, poco más posee la fuerza narrativa suficiente. No hay, en De óxido y Hueso, nada que no hayamos visto antes. Aunque el film, y es de agradecer, no intenta dar lecciones de vida, sino contar una historia. Es una fina línea la que cruza el abismo entre ambas visiones y pocas veces surte efecto en el cine USA; pero el director francés ha sabido dibujarla mediante un excelso trabajo de cámara. Ésta, es capaz de llevar al espectador hasta la ingrávida sensación que produce la mirada del cineasta, y su elocuente guión, sobre cuestiones más bien tirando a tristes y a feas. A gente muy perdida, y muy sola.

No obstante, a la postre la cinta se sustenta en los ojos de Marion Cotillard, en su maravillosa presencia y en su naturalidad. En su cualidad innata para despojarse de todo brillo, de todo arreglo cinematográfico para embellecerla, y aún así ser capaz de resplandecer como nunca. De ocupar la pantalla en su totalidad y de llenar al espectador con su intensa historia. Hay que agradecerle a Audiard que haya sabido dirigirla, y hacer que la cámara le diera todos y cada uno de los planos que merece; haciendo que su personaje, además, transite por su miseria de una forma humana, que es algo más parecido a la tragicomedia que al drama más certero. Y es que la vida, a veces, no es sólo cuestión de fortaleza, sino de encontrar a alguien en quien apoyarnos para coger fuerza. Aunque al final, siempre habremos de ser nosotros quienes volvamos a zambullirnos de lleno y de cara en las olas. Puede que sea ahí, en el lento desenlace de la cinta donde Audiard pierda la fortaleza y juegue una baza de sentimentalismo trágico y gratuito que desmerece, en cierta medida, su esfuerzo, precisamente, por no caer en lo sensiblero. De óxido y Hueso podría ser, salvando las odiosas comparaciones, el reverso "romántico", poético, duro y certero de Intocable, ese boom, también francés, que acaparó público por los cuatro costados. Sin embargo, lo que se narra en el film que nos ocupa no cae en el tópico de la superación como esencia, sino que intenta, y consigue, hablar de dos personas que se encuentran y que cargan a sus espaldas los equívocos y los vaivenes. Dos personajes que han perdido el equilibrio y se sustentan entre sí. Yo, no obstante, puestos a elegir entre ricachones desvalidos y heroinas de calle, me quedo con el carisma de Cotillard, que no puede irse a hacer parapente a los Alpes para superar sus penas, pero "los tiene bien puestos".

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