Prometheus: la ofrenda fallida de Ridley Scott
Cuando no se para de repetir que una película como la que nos ocupa bebe
de los mismos cimientos, pero que se dirige hacia otras dimensiones y
quiere separarse de catalogaciones que la tildan de 'precuela' de Alien,
se tiene toda la razón. Aunque, inevitablemente, e incluso de forma
autoconsciente, los productores, el director y el 'cast' entero sabían
bien que Prometheus carece de sentido sin un Alien al que relacionarlo.
Principalmente porque la citada película y comienzo de una de las
trilogías más míticas del cine, fue un hito que influyó de forma
evidente en el cine 'sci-fi', en la visión de las heroínas
cinematográficas y en el cine en general. Alien marcó un antes y un después, y a Ridley Scott le entraron ganas de volver, y además, ¿por qué no? quiso hacerlo trayendo consigo una ingente carga de profundidad metafísica, religiosa y filosófica para desarrollar una astronómica diatriba sobre la humanidad,
sus orígenes y todo lo que pudiera ofrecerse en el espacio
intergaláctico. Y es en esta última frase donde se halla la auténtica
tragedia de esta película con nombre de Dios atormentado: Scott
ha metido "todo" lo que se le ha pasado por la cabeza en un guión
notablemente bien facturado pero que carece totalmente de cualquier
atisbo, ya no de verosimilitud, sino de sentido. Hace todas las
preguntas y no da ninguna respuesta. Y no porque quiera dejarlas en el
aire, sino porque no puede. Lo intenta, pero este film tan bien
publicitado, no consigue ni entenderse a sí mismo. Se queda en el aire,
flotando en la anti gravedad y dejando allí a un gran elenco de
protagonistas que no saben a dónde van ni por qué y cuya autenticidad
queda siempre en entredicho al carecer de una buena narrativa que les
apoye o de una auténtica tridimensionalidad que los sostenga. Se salva
de la caía al vacío un excelente Michael Fassbender, de
lo poquito que puede aportar una cierta cantidad de interés a este
desfase de ciencia ficción, donde aparecen todo tipo de bichos sin
medida y donde todo lo que ocurre parece un extenso prólogo que nunca
llega a nada. Por no servir, no sirve ni para explicar con cordura,
inteligencia o paranoia fílmica el nacimiento del parásito más famoso
del cine. Eso sí, Scott sabe mantener una tensión y un desasosiego
constante dentro de una estética depurada y moderna, algo así como una metáfora fallida de aquello que un día le encumbró como un director de gran valía.
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